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Leo el libro de Tolstoi El reino de Dios está en vosotros. Plantea esta obra con algún detenimiento, en forma bastante clara, algunos grandes temas del pensamiento tardío de su autor : el cristianismo como concepción ética de la vida más que como religión inclusiva de revelaciones, misterios y sacramentos; la contradicción entre la vida y el cristianismo; la doctrina de la no resistencia al mal y la inutilidad de la violencia estatal. Por ahora me interesa referirme a la opinión que expresa en esa obra acerca de los íconos.
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Pues la ira que Tostoi expresa hacia la Iglesia y la religión ortodoxa – y hacia todas las iglesias cristianas – la descarga específicamente en contra de lo que los íconos representan en la vida rusa. Y de pronto se nos aparece como la reencarnación de un iconoclasta del siglo VI, despotricando en contra de las imágenes del culto. Esto es, de un iconoclasta en el más auténtico significado de la palabra.
Tolstoi entiende a los íconos como parte del conjunto de supersticiones, del enorme aparato – que adjetiva de pomposo, brillante, autoritario y violento – con que el clero hipnotiza a la gente y hace que crea en la religión. A través de ellos, afirma, la Iglesia predica el culto externo de la idolatría y forma un pueblo fanático de las imágenes. “Rezar – afirma – significa colocarse justo frente a unas tablas en las que están dibujadas las caras de Cristo, la Virgen y los Santos, inclinar la cabeza y todo el cuerpo, y con la mano derecha y los dedos colocados de cierta manera tocarse la frente, los hombros y la barriga -…- “. Llega incluso a descalificar a los íconos en términos estéticos: así, cuando califica de “ídolo espantoso” a la Iverskaia, la imagen de la Madre de Dios pintada según su modelo, una imagen del monasterio de Iveron en el monte Athos. Y pontifica desde su púlpito en Yasnaia Poliana: “Cualquier doctrina eclesiástica, con sus expiaciones y sacramentos – y qué decir de la ortodoxa, con su adoración de los ídolos – excluye las enseñanzas de Cristo”.
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Por cierto que no me imagino a Dostoievski compartiendo muchas de las opiniones de Tolstoi ni particularmente las relacionadas con los íconos de la ortodoxia rusa. No es muy certero el camino de acercarse a la personalidad de un escritor a través de los rasgos característicos de sus personajes: éstos suelen tener con él poco en común. Sin embargo, uno tiende a pensar que figuras como la de Aliosha o de Zósima, tratados tan profunda y emotivamente en los Hermanos Karamázov, reflejan en alguna medida importante, si no al propio Dostoievski, a lo menos al tipo de persona que admiraba como representantes de la parte más entrañable de su querida Rusia. Ahora bien ¿qué son ellos sino figuras que nos dicen del sentido auténtico del monacato cenobítico, de la forma en que el ascetismo y el misticismo cristiano pueden darse en su seno, como asimismo de la más completa entrega a la fe cristiana? El libro VI de la novela – Un monje ruso –, en el cual Zósima, antes de morir, habla a sus hermanos más queridos del monasterio acerca de las experiencias capitales de su vida, es uno de los episodios literarios que más hondamente me ha conmovido, tanto que vuelvo cada cierto tiempo a releerlo y a encontrar en él un mensaje renovador.
En el curso de sus novelas y cuentos, Dostoievski se detiene a cada paso en los íconos, poniendo de relieve el grado de su arraigo en el pueblo, cómo ellos están en todas partes, en la morada, en la iglesia, en el trabajo. Pareciera que, a su juicio, sin la referencia a ellos y a la consideración que se les da en el ambiente en que se encuentran ubicados, la narración quedaría incompleta. Así, nos dice si están colgados del muro o ubicados en una estantería o sobre una mesa, si tienen marco o no lo tienen, si son antiguos y valiosos o burda imitación, si son considerados como símbolos de verdadera religión o tan solo como adornos, si la lamparilla que suele acompañarlos está prendida o apagada. No encontramos en estas referencias ninguna consideración peyorativa ni descalificación alguna en términos de ser instrumentos de engaño eclesiástico u objetos de vana idolatría. Creyendo conocer algo de la espiritualidad de Dostoievski, uno tiende más bien a pensar que los íconos son para él representativos de una verdad omnipresente que, cualesquiera sean las circunstancias, las debilidades humanas, las desgracias, los problemas, se mantiene inalterable como fuerza capaz de rescatar al hombre.
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© 2014
Lino Althaner
Ago 11, 2011 @ 09:56:10
Estimadísimo Lino:
El libro de Lev Toltói, a que haces referencia, creo que puede mirarse desde una perspectiva únicamente espiritual, tal vez mucho más que la simbología. MI más pleno reconocimiento a la imagen divina de Cristo y de sus señales para manifestar el Reino. Pero también creo que es a partir de esa divinidad que se produce una conexión necesaria con el mundo de la materia. El mensaje cristiano iba destinado a todo el cosmos, a todas sus formas de vida. El libro nos recuerda que debemos romper con el mundo, con sus formas y con sus supersticiones; que no debemos resistir a la violencia. Después de todo la violencia tiene dos caras: una legítima y otra ilegítima. Una es amparada por las convenciones llamadas leyes y otra queda fuera de ellas. Todas nuestras estructuras han sido basadas en la violencia y a ella nos aferramos, porque creemos que nos salva de las agreciones de los que la ejecutan fuera de la ley. Pero también estoy seguro que los que cumplen la ley no lo hacen únicamente porque está mandado, sino porque en sus conciencias reconocen que hasta cierto punto el mandato prohibe la violencia. Pero qué sucede cuando uno la infringe, ocurre que se le fuerza a hacerlo y se le encierra, o se le confisca (legalmente) lo que tiene. Esto es definitivamente y en el fondo, hipocresía. No me olvido que Cristo, dentro de su comprensión y ternura, fue extremadamente duro con los hipócritas (serpientas a las que había que pisar la cabeza), y la denunció como el peor de los males, porque bajo su apariencia de buena forma esconde un mal que no se vislumbra, como sí se vislumbra el mal del que lo hace sin ocultarse y sin remilgos mata a otro, o le roba algo, o asesina a su hijo. El hipócrita, en cambio, busca que lo reconozcan en su valor y en el fondo es un ser inconsecuente. Hoy somos todos unos hipócritas y no hay cristianos. La reflexión que hago, luego de leer el libro, es que no soy un cristiano y me duele eso. Miro de lejos el camino iluminado y no me acerco; lo encuentro hermoso, lleno de sombras de magníficos árboles, pero me parece frío, porque me he acostumbrado al calor del inclemente sol que alumbra la roca desierta sobre la que estoy parado mirando el camino que está abajo.
¿Qué signifioca esto? ¿es acaso una alegoría siútica o una metáfora de poema rasca? Me da lo mismo cómo se mire, lo cierto es que la vida ya no admite postergaciones y sólo exige renuncias, de las más radicales. ¿Por qué pasa esto?, por la hipocresía, hoy más profunda que la de los fariseos.
Oigan los cristianos, que aún no se han reconocido fuera del mensaje: ¿por qué compras un auto tan caro si con tanto menos puedes comprar otro para conseguir el mismo objetivo que buscas y que es que te lleve de un lugar a otro? ¿te sobraba dinero y preferiste comprar un caro? ¿cuánto bien pudiste haber hecho con lo que te sobraba, darlo y no esperar nada a cambio? ¿o es acaso tu ego tan infalible que no lo puedes vencer?
Oyéme cristiano que te sientas en un estrado a impartir la justicia de las leyes de los congresos y que por eso no serías capaz de salir corriendo de allí porque no te es posible perdonar al infractor que tienes al frente – escucha la llamada del espíritu, que siempre está cerca de su creador y sabe que vives dormido y que te invita a los siguiente: reconocimiento – dolor al saberse descubierto – nuevo pensamiento – acción – santo reposo.
Podemos tomar estos mensajes para hacer nueva política, podemos hacerlo incluso con los evangelios, pero yo prefiero escuchar al espítitu y cubrir con él a la pólítica, para que sólo importe el que está a mi lado, y nunca más importe yo. Si lo logro, seré un cristiano y entraré en el Reino. No lo hará el rico que no se comporta como si no lo fuera, que no deja fluir su riqueza sino que la retiene para sí.
No creo que Tolstói se mofara de las formas, sino que denuncia la hipocresía de esas formas.
Muchos saludos amigo Lino, y que el gran pensamiento finalmente nos salve.
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Ago 11, 2011 @ 11:50:32
El objeto de la entrada no era otro que el de mostrar dos visiones, en principio contrapuestas, en relación con el significado de los íconos para la espiritualidad rusa. En el fondo, claro, se trata también de dos puntos de vista acerca de la religión. Uno, aparentemente más centrado en el contenido ético de la revelación, el otro orientado en primer lugar al encuentro con la trascendencia inefable de Dios. Quedó expresamente manifestado, en todo caso, que los grandes temas del libro de Tolstoi, a los cuales en parte te refieres, quedaban para un comentario futuro, más detenido. Por otra parte, debes recordar que mi opinión, basada por lo demás en antecedentes bastante fragmentarios, quedó marcada por una pregunta: ¿con qué visión nos quedamos, con la de Dostoievski o la de Tolstoi?
En relación con tu esperanza de que el gran pensamiento nos salve, sólo podría ser un pensamiento iluminado por el Espíritu, determinado por la Humildad y encaminado a la Belleza. No hay que olvidar que el sueño – o ensueño – de la Razón, produce monstruos. Como en el capricho de Goya.
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