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En el pasado artículo de la serie sobre Juan Evangelista -también llamado Juan el Teólogo- tratábamos de entender el lenguaje paradojal con que Jesús profundiza en los misterios del humana y su vacilación entre las tinieblas y la luz, calificando de ciegos a los que, viviendo en la ilusión de lo aparente, pretenden ver, y ensalzando a quienes, reconociendo su ceguera, se entregan a la luz que les abre las puertas de la realidad. Es este un tema apasionante. La disyuntiva entre la verdad y la ilusión es el gran problema del hombre, no sólo a la luz del cristianismo, también a la de otras religiones, como por ejemplo el budismo, y también a la luz de la poesía, de la filosofía y de la experiencia de todos los días. Es un tema permanente de reflexión para TODO EL ORO DEL MUNDO, que ha aludido a esta cuestión -que es, en el fondo, la de la insuficiencia de los sentidos y de la mente para captar la esencia de la realidad- en varias oportunidades, y no sólo a propósito de los escritos de Juan, que no se refiere ciertamente a cualquiera realidad sino a la última, la verdad trascendental concerniente al ser humano.
El hombre, según San Juan, no está en principio ligado a la realidad. Sujeto como está al “poder de las tinieblas”, que lo lleva a sentir, a pensar y a actuar en forma persistentemente errónea, está más bien determinado por la irrealidad, por la nada intrascendente. Brilló la luz, más los hombres sumidos en su vida ilusoria no la recibieron. Vino a los hombres, pero éstos se cerraron a su luminosidad e hicieron manifiesta su opción por las tinieblas. El hombre, en general, se encierra en sí mismo, se afirma en su autonomía, en su libertad, y se cierra a reconocer su dependencia de la luz. Sólo algunos reconocen estar ciegos y enredados en la trama del “príncipe de este mundo”. Ellos acogen la luz que sana sus sentidos engañados y los acoge en la fe. Ellos pasan de la muerte a la vida. Del ámbito de la mentira pasan al de la verdad.
Tal como dice Juan en 1, 11-13:
Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron (la luz).
Pero a todos los que la recibieron
les dio poder de hacerse hijos de Dios,
a los que creen en su nombre:
los cuales no nacieron de sangre,
ni de deseo de carne,
ni de deseo de hombre
sino que nacieron de Dios.
Insistamos, pues, con Juan, que la venida de la luz del Redentor plantea al hombre la pregunta acerca de si quiere permanecer en la oscuridad, en la muerte. Así, le es dada la posibilidad de cambiar, de pasar de la nada al ser auténtico, de renacer. Como dice a propósito Rudolf Bultmann, el notable intérprete de Juan: “El ser del hombre se constituye definitivamente en la decisión a favor o en contra de la fe y a partir de ese momento su punto de partida comienza a ser claro”. Pero la opción a favor de la luz incluye el obedecimiento a la enseñanza de Jesús y permite, por lo tanto, la realización del mandamiento nuevo: que nos amemos los unos a los otros (1 Jn 3,11).
Por lo tanto,
En esto se reconocen
los hijos de Dios y los hijos del diablo:
todo el que no obra la justicia no es de Dios,
y quien no ama a su hermano, tampoco (1 Jn, 3,10).
Más claro, imposible. ¿Vale la pena recordar, quizás, que la justicia a que se refiere Juan en su primera Epístola no es aquella que se decide en los tribunales de este mundo?
Otra paradoja: el mismo mundo que rechaza la luz, el hombre que opta por las tinieblas, lo hacen en su ceguera, alimentada por el poder de lo oscuro, que es el diablo según Juan. El hombre puede equivocarse, pero a fin de cuentas, todo individuo de la especie anda en busca de la luz que le permita entender su origen, su importancia, su ser en el mundo. “La existencia humana sabe abierta o veladamente de su dependencia de aquello de lo que ella pueda vivir”. Lo que busca, entonces, está simbólicamente representado por el pan que da vida, por el agua de la vida.
Y Jesús dice a los hombres: Dejen de buscar,
Yo soy el pan de vida.
El que venga a mí, no tendrá hambre,
y el que crea en mí, no tendrá nunca sed (6, 35).
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Dic 05, 2011 @ 09:26:12
Estimadísimo Lino:
Gracias por la entrada. El Evangelio de Juan es el texto que nos recuerda nuestro origen en la Luz, y nuestra caída en el mundo material, donde quedamos ciegos y tomados por una falsa realidad. Es una buena noticia que nos invita a salir de la gran esfera, y nos dice cómo ha de hacerse. Cristo es la Verdad, la Luz, el Camino y el Buen Pastor que guiará. Sólo hay un problema, de no tan fácil solución, o más bien de una solución que se evade, porque no se recuerda aquello que hay más allá de lo constatable, si se recordara, me atrevo a pensar que no sería tan difícil seguir el camino del Hermano: hay que tomar de la mano al samaritano (el heremano que tiene un origen que probablemente despreciemos), y no preguntarle nada, porque es igual a nosotros, luego hay que renunciar a todo y seguir el camino primordial, despiertos, con la certeza de haber escuchado la llamada del pecho, allí donde habita el soplo original que nos reconoce finalmente como hijos de la Luz.
Este es un Evangelio en XTO, no una evangelio sobre la vida de XTO. Creo que en eso hay una gran diferencia.
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Dic 06, 2011 @ 14:12:06
Este comentario está relacionado con un artículo que luego pondré acerca de el camino de la Luz en San Juan de la Cruz y de T.S. Eliot, que es, como sabes, el de la ‘noche oscura’ de los sentidos, de alma y del mundo.
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Jun 14, 2014 @ 17:17:08
Me encanta lo del problema que se evade y sobre todo “hay que tomar de la mano al samaritano (el hermano que tiene un origen que probablemente despreciemos), y no preguntarle nada, porque es igual a nosotros, luego hay que renunciar a todo y seguir el camino primordial, despiertos, con la certeza de haber escuchado la llamada del pecho, allí donde habita el soplo original que nos reconoce finalmente como hijos de la Luz”
Gracias, muy bien dicho.
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Nov 01, 2014 @ 21:13:51
Un artículo muy entendible y muy verdad.
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