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Los doce días comprendidos entre las festividades de la Navidad y de la Epifanía – Reyes – han sido considerados desde muy antiguo como constitutivos de un tiempo sagrado en cuyo centro se hayan la Noche Vieja – y el día de Año Nuevo.
En ellos alcanza su punto culminante el tema mítico del tiempo que, según antiquísimas creencias, debe clausurarse periódicamente en una vuelta al caos primordial que luego transita hacia una nueva creación y un renacimiento. Los pueblos primitivos tienden a figurar el caos que simbolizan los últimos días del año con la proverbial irrupción del ruido, los fuegos, el baile frenético, la bebida inmoderada que procura simulacros de alegría y una suerte de bestial libertinaje. Así lo explica Mircea Eliade, el gran historiador de las religiones, en su famoso libro El mito del eterno retorno (Alianza Editorial, Madrid 1989).
Pero luego vienen los ritos con los cuales el año es declarado oficialmente fenecido, junto con todas las enfermedades, desgracias e imperfecciones que en él se acumulaban. Con la muerte del Año Viejo, el tiempo es sanado de sus males. Se prepara, entonces, una restauración, un recomienzo libre de los males pasados. Se anuncia una luz que prepara a los hombres, previas las purificaciones de rigor, para también renacer a otra vida.
Tal es mito. El mito que, según los antiguos, “contaba la verdad”.
Comenta Eliade, con respecto al significado de tales ritos y celebraciones: “cuando ocurre ese corte del tiempo que es el ‘Año’, asistimos no sólo al cese efectivo de cierto intervalo temporal, sino también a la abolición del año pasado y del tiempo transcurrido. Tal es, por lo demás, el sentido de las purificaciones rituales: una combustión, una anulación de los pecados y de las faltas del individuo y de la comunidad en su conjunto… La regeneración es, como lo indica su nombre, un nuevo nacimiento”.
Así, pues, “esta expulsión anual de los pecados, enfermedades y demonios es en realidad una tentativa de restauración, aunque sea momentánea, del tiempo mítico y primordial, del tiempo ‘puro’, el del ‘instante’ de la creación. Todo Año Nuevo es volver a tomar el tiempo en su comienzo, es decir, una repetición de la cosmogonía”. Una suerte de regreso al Caos primero y de tránsito desde él a una nueva creación. En la cual todos volvemos a ser, aunque por un instante, inocentes y hermanos amorosos.
Porque las tradiciones de Año Nuevo, que vienen desde antes del cristianismo, se afianzan ciertamente con la incorporación en ellas de la figura de Jesús de Nazaret, que se encuentra en los dos extremos. Anunciando con su nacimiento la superación del pasado que está por extinguirse y la consiguiente renovación de todo lo creado. Reiterando su presencia transformadora a todo el mundo, el que simbolizan los Reyes que se postran a sus pies.
Nos recuerda Eliade que los días de Pascua y Año Nuevo eran las fechas habituales del bautismo en el cristianismo primitivo. Y que el bautismo equivale a una muerte ritual del hombre antiguo seguida de un nuevo nacimiento. E incorpora una cita de Efrén el Sirio, Padre y Doctor de la Iglesia: “Dios ha creado de nuevo los cielos porque los pecadores han adorado los cuerpos celestes; Él ha creado de nuevo el mundo que había sido deshonrado por Adán; Él ha edificado una nueva creación con su propia saliva”.
Todo este profundo significado de las fiestas de fin de Año, que comienzan con la Navidad, y de las de Año Nuevo, que culminan el 6 de enero con la festividad de la Epifanía, sigue ciertamente vigente. Es muy antiguo pero sigue teniendo mucho significado. Lamentablemente se nos ha ido olvidando a los hombres el sentido oculto de las cosas, el que las vuelve de verdad. Aunque algo intuimos de repente. Los misterios del cosmos y del trascendente más allá, quieren seguir siendo iluminados por el fuego sagrado.
Qué bello sería que la humanidad recobrara de pronto el sentido pleno, vivo y auténtico, de fiestas como ésta, la de Año Nuevo.
© Lino Althaner
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Ene 02, 2012 @ 09:07:19
Estimadísmo Lino:
Cuando irrumpe el caos, no cabe sino esperar una pronta renovación. Creo que el caos es necesario, de él no viene la nada, sino lo nuevo. Las fiestas de hoy, las mismas que antes aglutinaban los ritos para la verdadera renovación, son en cambio, desbordes de neurosis contenida; gritos de profanos envueltos en decadencia. Nada santo hay allí, sólo vanidades, egolatría, desesperanza. Yo en cambio, en esta fecha, prefiero volver la vista hacia el sol nuevo, el astro de Blake que se asoma con un coro de ángeles cantando “santo es el Señor”, esperando que el nuevo sol, el definitivo que dará la luz sin sombras, salga de una vez por todas, cuando ya no sea necesario volver a medir el tiempo, y las celebraciones no consideren otros años más, porque el tiempo será el devenir presente y eterno.
Un abrazo en XTO.
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Nov 26, 2014 @ 21:13:59
Carlos, revisando entradas antiguas, me he encontrado con este excelente comentario tuyo, que no había contestado, del que ahora acuso recibo con efecto retroactivo.
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Nov 26, 2014 @ 03:54:42
Nos conformariamos con la recuperación del sentido común por parte de las personas, aunque sea un poquito.
Muy cierto: ” Lamentablemente se nos ha ido olvidando a los hombres el sentido oculto de las cosas, el que las vuelve de verdad”. Al perder todo contacto con la Naturaleza perdemos intuición, la mala educación destruye el Renacer del Hombre.
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Nov 26, 2014 @ 21:14:50
Bienvenido, Teresa, tu comentario.
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