De la importancia del conocimiento primero y más importante para el hombre- el de sí mismo – para el pensamiento chino se encuentran rastros en los más diversos ámbitos de la gran literatura china de sabiduría.
En el famoso Arte de la Guerra, de Sun Tzu, escrito supuestamente unos quinientos años de la era cristiana, podemos leer:
‘Quien conoce al enemigo y se conoce a sí mismo
disputa cien combates sin peligro.
Quien conoce al enemigo pero no se conoce a sí mismo
vence una vez y pierde otra.
Quien no conoce al enemigo ni se conoce a sí mismo
es derrotado en todas las ocasiones.’
Quien no conoce al enemigo ni se conoce a sí mismo se encuentra en peligro en cada ocasión. Por lo tanto, no sólo se trata de conocer las fuerzas propias y las del adversario. El rey y el general interesados en la victoria han de pasar, previamente al combate, a un proceso introspectivo de confrontación consigo mismos cuyo fin es el autoconocimiento. De otro modo, ni siquiera la correcta decisión en cuanto al rompimiento de hostilidades, estará garantizada.

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La reiteración del mismo principio lo vemos también en el Libro de los Maestros de Huainán (Huainanzi, s. II a. C.):
‘Si uno no conoce su propia persona, ¿cómo puede entonces alcanzar lo que está más lejos?’.
Como también en los Capítulos Interiores, libro en el cual Chuang-Tze expresa en los siguientes términos la exigencia de autoconocimiento necesaria para actuar en ámbitos situados más allá de la subjetividad:
‘Cuando la mente ha sido regulada y ocupa el centro, la totalidad de los seres obtienen su medida’.
Se cuenta del mítico Emperador Amarillo, instaurador del arte de gobernar y de guerrear, que luego de obtener unas victorias importantes, pero antes de emprender el desafío de extender la paz y el orden sobre todo el imperio, hubo de someterse a un retiro en la montaña que lo tuvo tres años en estado de meditación.
En lo que concierne específicamente al llamado arte bélico, desarrollado entre otros por Sun-Tzu, obligado es decir, para honra de los chinos, que ellos consideraban el enfrentamiento armado como el último recurso, del todo excepcional, sólo susceptible de emplearse una vez agotados hasta el extremo los medios diplomáticos y disuasorios. La guerra, lo sabían a la perfección, era un asunto desastroso, una cosa perversa y negativa hasta para el caso de victoria.
‘Las armas – se dice en una antigua compilación – son los instrumentos más aciagos del mundo y el coraje es la virtud más fatídica del universo’.
Y un gran orador y diplomático de la antigüedad china – Su Qin – pudo decir, con tantísima razón: ‘A pesar de que se haya obtenido la victoria en la guerra, los gastos ocasionados al país y las lágrimas vertidas por los familiares de los difuntos hieren el corazón del soberano. Los familiares de los soldados fallecidos se arruinan con (el costo de) los ritos funerarios, los parientes de los soldados heridos malogran sus bienes para adquirir medicinas -…- Al final, el pueblo ha gastado más de lo que podía conseguir en diez años de excelentes cosechas’.
Por lo tanto, ‘lo mejor es no tener ninguna batalla; lo segundo mejor, tener sólo una’ (Chuang-Tze).
El arte de la guerra chino se fundamentaba, aunque ciertamente con un fin bien distinto, en el principio taoísta de la mínima acción para el máximo resultado. La pasividad, la flexibilidad. El esfuerzo bien graduado, justo en el momento adecuado, la economía en los medios. La acción humana como gesto perfecto que armoniza con la ley del cosmos, la espontaneiad como garantía de no interferencia con el curso natural de las cosas. La falta de todo exceso, el mínimo derroche de energía, el menor desgaste. La economía en el sacrificio y la consideración por el adversario, sobre todo cuando ha sido derrotado, disminuyen los efectos negativos futuros del enfrentamiento, los sufrimientos innecesarios y la sed de venganza que conduce fatalmente al reencuentro en el campo de batalla.
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Cosas que el progreso, auxiliado por unos versículos fatídicos de Ex 21, 23-25, nos ha hecho olvidar:
‘En la antigüedad no se perseguía jamás a un enemigo en huida durante más de cien millas o a un enemigo en retirada durante más de tres días, observando con escrúpulo las reglas de la conducta ritual. Jamás se llegaba a extenuar a un rival débil, mas se tenía compasión por el necesitado y el enfermo, haciendo evidente de este modo la benevolencia. Se aguardaba a que el enemigo hubiera formado completamente sus filas para ordenar la señal de ataque, manifestando bondad. Se luchaba por la justicia y no por el beneficio. Y se perdonaba a los que habían sido vendidos evidenciando su valentía. -…- En estos consistían las reglas de antaño’ (Sima Fa, tratado militar no posterior al s. III a.C.).
Algo de ello quizás fue realidad.
© 2012 – Lino Althaner
Feb 29, 2012 @ 09:07:37
Estimadísmo Lino:
Nuevamente te saludo, luego del silencio de febrero,necesario para la introspección.
La guerra que destruye al enemigo, es todavía más implacable con el vencedor, porque se ha dañado a sí mismo y ha dañado a otro, y eso con toda seguridad generará algún día el sentimiento de querer reparar ese mal causado. La guerra nace de la superstición nacionalista que se engendra en la población, desde que se es un niño. El militarismo trae consecuencias nefastas: depradación, rapacidad, violencia legitimada – que es todavía peor que la ilegítima, porque se esconde y es hipócrita -, duelo, pobreza, refugiados, etc. Esa guerra debe negarse y eso implica negar a ,los estados que para justificarse engañosamente, veneran el belicismo en su importancia defensora. Los pueblos no irían a la guerra si de ellos dependiera, lo hacen porque son llevados a ellas por los que gobiernan, domesticados y engañados como ovejas guiadas por un muy mal pastor – no el buen pastor que conocemos – y que se sientan a mirar la matanza, porque ellos no empuñan las armas. Los soldados en las guerras no quieren matar a sus semejantes, y lo hacen sólo porque se ven bajo amenaza por el enemigo, también estimulado por los otros gobernantes, quienes dicen encarnar la necesidad de libertad y properidad de sus pueblos. Esos elementos, como tu sabes, son irreales. Son los malos guías, no los guías del camino del espíritu que debe abrirse paso en el mundo para volver a su Padre.
Sin embargo, y precisamente por la necesidad del camino del espíritu, es que en esta oportunidad debo reconocer la importancia de una guerra, y es aquella que debe librar el ser humano con sí mismo. Allí se libra la epifanía de la salvación; si se vence, habrá vencido a su ego y será libre. Así entiendo el final de las cosas, como una revelación definitiva que muestra un camino evolutivo hacia el origen. La naturaleza que mira el Tao está cargada de señales. La vida incorporada es guerra contra el mundo y el camino es el Señor, es la naturaleza que lo contiene, es el Tao de los orientales más sabios que los de esta parte del globo, es el buen pastor. Hay que derrotar a la psíquis con las únicas armas que son incontrarrestables: las del amor.
Un abrazo en XTO.
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Feb 29, 2012 @ 10:36:13
Querido Carlos,
Completamente de acuerdo. Pero los hombres -más bien, las instituciones humanas- tienen dificultades en captar la mentira ominosa de la guerra, la degradación que importa de por si -como sola posibilidad- y los males que acarrea. Esto comprueba lo que te he comentado otras veces acerca del primitivismo que prevalece en el homo sapiens. ¿Seguiremos creciendo para ser todavía más salvajemente primitivos? ¿Cuándo despertaremos por fin?
Lino
El domingo echamos de menos vuestra compañía familiar, que nos iluminó el día sábado.
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Feb 29, 2012 @ 21:43:50
El Arte de la Guerra y el Tao Te King deber’ian ser los libros de cabecera de los poderosos, de los mandamases. Parece que no hemos aprendido nada, depsupu’es de miles de a;os y de la existencia de estos textos maravillosos y sabios. Vemos correr a los guerreros sanguinarios, dejando trras de s’i el llanto y la miseria, ahora, en cada segunndio, en alg’un lugar del Planeta.. Poderosos de la Tierra, por favor lean…y mediten en lo que lean.
Gracias por compartir
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Feb 29, 2012 @ 21:54:23
A lo mejor sería peligroso que lo leyeran los poderosos. Quizás cómo podrían entenderlos. Raquel, muchas felicidades.
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Mar 07, 2012 @ 21:50:06
May 18, 2015 @ 06:28:42
Una preciosidad: ” Hay que derrotar a la psíquis con las únicas armas que son incontrarrestables: las del amor.”
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