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De pronto me conmueve un ejemplo de buen cine. Difícil que sea parte de lo que están mostrando las salas santiaguinas, cuyas carteleras las copa casi completamente el cine comercial. Las gemas del séptimo arte me llegan generalmente en formato DVD, por intermedio de un amigo.
El título de este filme -o mejor dicho, su traducción al español y al inglés como Las alas del deseo o Wings of Desire– habrá inducido a más de alguna decepción. El original, menos vendedor por cierto, es El cielo sobre Berlín (Der Himmel über Berlin). El cielo no es el visible sino el metafísico o teológico, en el cual moran los ángeles en la cercanía de Dios. La película fue dirigida por Wim Wenders y le cupo importante participación en el libreto al escritor austríaco Peter Handke. La historia que cuenta esta obra cinematográfica (1987) es una de ángeles, de ángeles cercanos a los hombres. De dos ángeles que visitan la actual capital de Alemania después de la Segunda Guerra y antes de la caída del muro.
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Lo que ven son las huellas del enfrentamiento bélico, además de lo que, sobre esos restos, han construido los sobrevivientes y sus sucesores. Los ángeles observan a los hombres. Que son, por una parte, los hombres ocupados, preocupados, sufrientes, a quienes contemplan compasivamente, tratando de confortarlos, de proveerlos de fuerza espiritual, pues no tienen poder para solucionar sus problemas. Aunque, por otra parte, también los envidian, por ejemplo, en su capacidad para gozar de las cosas más bien simples, incluso un poco sórdidas a veces, de que se han ido rodeando para pasar la vida. Desearían también ellos, un poco cansados de la vida eterna en el puro ser espiritual, ser capaces de entretenerse como los hombres o de experimentar el placer de beber un café o fumar un cigarrillo. Los fascinan los humanos pasatiempos y los humanos afectos.
Los niños atraen toda su atención. Se sienten con ellos identificados. Los fascina el mundo del circo, en el cual ven tal vez una vida más real que el de las fábricas y las oficinas. Pero, más que nada, se sienten atraídos por el amor de los enamorados. Esa magia, ellos quisieran vivirla.
Es tanta la curiosidad y tanto el encantamiento que uno de los dos ángeles decide renunciar a su puro ser espiritual para hacerse de un cuerpo y de una idoneidad para sentir, percibir, desear y gozar. El amor humano que ya había intuido, termina entonces por concretarse, y el ángel se enamora de una trapecista del circo. Se enamora y se compromete. Pero el compromiso de los enamorados no es uno cualquiera. Ellos quisieran comprometer con su amor a todos los hombres, para que estos pudieran por fin advertir que en el amor reside la única vía de redención.
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El filme pareciera tener connotaciones gnósticas. La caída del espíritu que se siente fascinado por la naturaleza, por el mundo, para luego pasar a tener la condición de prisionero de sus ataduras materiales y corporales, está presente, con variantes, en el mito de los gnósticos antiguos, que suele imaginar la redención como empresa divina cuyo fin es la liberación del espíritu humano de su cárcel terrena, para permitirle retornar a su pureza y plenitud originales. Enfrentado a esta concepción, una duda podría ser la siguiente: ¿el ángel de Wenders y de Handke es un ángel caído, que confirma al hombre en su oscuridad, en su limitación, o es un ángel redentor?
La respuesta es evidente, aún antes de releer y entender enteramente el poema de Peter Handke, que acompaña al desarrollo argumental de principio a fin, leído por un anciano Homero redivivo, rapsoda eterno.
Canción de la infancia
Cuando el niño era niño
caminaba balanceando los brazos,
quería que el arroyo fuera un río,
que el río fuese un torrente
y que ese charco fuera el mar.
Cuando el niño era niño
no sabía que era niño,
para él todo estaba animado
y todas las almas eran una.
Cuando el niño era niño
no tenía una opinión de nada,
no tenía costumbres,
se sentaba a menudo con las piernas cruzadas
o salía corriendo,
tenía un remolino en el pelo
y no hacía caras cuando lo fotografiaban.
Cuando el niño era niño
era el tiempo de preguntar:
¿Por qué soy yo y no tú?
¿Por qué estoy aquí y no allá?
¿Cuándo comenzó el tiempo y dónde termina el espacio?
¿La vida bajo el sol no es sólo un sueño?
Lo que veo, oigo y huelo ¿no es acaso
una ilusión del mundo ante el mundo?
¿Existen realmente el mal
y la gente mala de verdad?
no pasaba las espinacas, las arvejas,
el arroz con leche, la coliflor,
ahora come todo eso, y no sólo porque debe.
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Lied Vom Kindsein
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Cuando el niño era niño
arrojó un palo contra un árbol como si fuera una lanza
y allí sigue temblando todavía.
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Un bello poema para una película magistral. Ojalá pudieran verla o verla nuevamente, este filme brillante con un guión que es buena literatura y poesía.
La traducción del poema es de Sandra Toro .
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© Lino Althaner
2012