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Pero es nuestro deber decirles lo bueno que es volar. Enseñarles a volar. Convencerlos de que también despeguen. Pues solo en las alturas, embriagados de silencio y de buen aire, en la sola buena compañía, alcanzamos la plenitud de nuestro divino centelleo. Desde allá arriba, qué insignificantes se ven quienes siguen con los pies pegados a la tierra, agobiados muchas veces por urgencias sin sentido, enajenados de sí mismos en un país ajeno, que es patria de violencia, de usura y de mentira. Sobrevolando las más altas cimas, solamente entonces somos capaces de adivinar la grandeza inaudita a que estamos destinados. Y de allí en adelante ningún dolor, ninguna pena, ninguna violencia, nos debería pesar de verdad.
La imagen con la cita de Federico Nietzsche la obtuve en el blog amigo, El Ático del Alma. .
© 2014 Lino Althaner