Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis en particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial (Mt 5, 43-48).
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Hay dos aspectos a destacar de este pasaje.
El primero es el mandato de amar a los enemigos tanto como a los amigos, presentado como la manera de llegar a ser perfectos como Dios. En el budismo se conoce como el amor indiferenciador entre enemistad y amistad.
El segundo aspecto es el ejemplo citado como perfección: que Dios haga salir el sol sobre buenos y malos, y a la lluvia caer sobre justos e injustos. Este fenómeno revela una especie de indiferencia de la naturaleza, pero no se trata de una indiferencia fría e insensible, sino de amor.
Es un amor indeferenciador que trasciende las distinciones que hace el hombre entre el bien y el mal, lo justo y lo injusto.
Keiji Nishitani (1900-1990)
La religión y la nada (Siruela, 1999)
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© Lino Althaner
2014